El embrujo o la alianza de los enamorados

Debí haber presentido que se trataba de un embrujo en el momento en el que Marek me puso una mano en la cintura y el gesto deseado por tantos meses se convirtió en un desagradable escalofrío. Era a penas entrado otoño, pero bien podríamos haber estado en pleno invierno. Reprimí mi reciente disgusto y le puse una de mis manos para afirmar la caricia, me dije a mi misma que debía ser el clima, la gente bailando a nuestro alrededor, el olor a sal que llegaba de la costa. 

Marek deslizó otra mano y empezamos a bailar.  

—Tengo algo que confesar —su voz que antes era la fuente de la mayoría de mis fantasías me llegó como un carraspeo afónico.  

—¿Ah sí? —él asintió. 

—Pensé que me dirías que no —dijo y segundos después volvió a hablar—. Siempre estás con él —explicó y mi mente voló hacia Lucas inmediatamente.  

La verdad es que sí pasábamos mucho tiempo juntos, entre la universidad, las meriendas, las películas y cualquier otra cosa que se le ocurriese, Lucas y yo éramos inseparables.  

—¿Te refieres a Lucas? —pregunté, sus dedos todavía me rozaban la espalda y la cadencia del tambor hacía que Marek y yo nos moviésemos de un lado para el otro.  

—¿Hay alguien más con quien pases la misma cantidad de tiempo? 

—No, supongo que no. Pero no significa que no puedas invitarme a salir.  

—¿Ajá? —dijo al tiempo en que su rostro se acercaba más al mío, una media sonrisa en los labios.  

La yo de hacía semanas hubiese lanzado una risita nerviosa, pero ahora su aliento era como una lija contra mi piel. Lo miré detenidamente, la nariz recta, los ojos castaños, la piel bronceada después de haber pasado todo el verano bajo el sol trabajando para su padre ¿Era eso un lunar? ¿Estaba allí antes? Podría ser peligroso ¿Le digo? ¿No le digo? ¿Sería grosero de mi parte? Le sonreí y tragué saliva. Lo escuché tomar aire como si hubiese algo que necesitase decirme, pero en cambio tomó un último impulso y ahora su boca estaba sobre la mía. Tenía los labios fríos después de haberse terminado la cerveza, duros como si mi boca se hubiese estrellado contra una pared. 

Marek se despegó de mí, tal vez sintiendo la misma incomodidad que yo. Me miró casi horrorizado, apretó los labios y después de debatirse si hablar o no, lo hizo.  

—Yo… —tartamudeó—. Pensé, pensé que era algo que querías que hiciera —se excusó.  

—¡No! digo sí, sí, era algo que quería que hicieras —dije con torpeza. La música puede que ya no sonase, estaba demasiado absorta con la terrible experiencia como para distinguir si lo que se escuchaba era música o ruido—. Quería que lo hicieras, solo que no pensé que… 

—¿…que fuese tan incómodo? —terminó por mí y yo me limité a asentir—. Lo siento, no sé qué decir, lo siento.  

Y así, la noche murió tan rápido como empezó. Marek se tomó otra cerveza, yo le di los últimos sorbitos a la mía y antes de que ninguno quisiese volverse a enfrentar a lo que había pasado, decidimos volver por el camino viejo que comunicaba la bahía con el centro de la ciudad. Anduvimos en silencio, ya no cogidos de la mano como hacía treinta minutos cuando él había tomado valor para hacerlo y yo me había dado cuenta de que, en cambio, su piel escocía contra la mía. No dije nada al respecto, una parte de mí estaba ansiosa por llegar y la otra quería intentarlo una vez más, probarle a la vieja Nina que no había perdido meses de su vida bajo un enamoramiento extraño que al final había resultado ser nada. Tal vez con Lucas hubiese sido diferente, me dije y fue como si alguien me hubiese cacheteado tan fuerte que tuve que detenerme en mi lugar.  

—¿Estás bien? —escuché decir a Marek, pero yo estaba demasiado impactada por mis propios pensamientos como para poder gesticular una respuesta. 

Asentí y seguimos caminando. ¿Lucas? ¿En serio? ¿Tienes una mala cita con Marek y buscas a cualquiera para reemplazarlo? No, Lucas no es cualquiera, habló la misma voz dentro de mí, se escuchaba como yo, pero las palabras se sentían ajenas, lejanas. Subí la vista al cielo y vi la luna llena amarilla y cercana, como si una especie de conjuro la hubiese traído más cerca de lo normal. 

—¿Siempre se ha visto así la luna? —pregunté más para mí que para él.  

—Se ve rara ¿No es así? Mi madre me metió una estampita en los pantalones antes de salir, dijo que la única razón por la que la luna se ve así es brujería.  

—¿Brujería? —dije y lo miré intrigado.  

—Sí, dijo que la última vez que había estado así era cuando mi tía Kate le hizo un amarre a un marinero.  

—¿Tu tío Julián no es marinero? —pregunté y él asintió, asumiendo que era suficiente para que yo atase cabos.   

Era una verdadera pena que Marek y yo tuviésemos la química de dos caracoles muertos, por la manera en que se me aflojaban las rodillas cuando lo veía pasar, yo hubiese jurado que tendríamos bebés hermosos. ¿Sabes con quién tendrías lindos bebés? Lucas, dijo la voz otra vez y el entendimiento me bajó por la garganta y se asentó como una piedra en la boca del estómago.  

*** 

Mi puño chocó contra la puerta de madera con tanta fuerza que sentí que la piel se me abriría en cualquier momento. No importaba, no me importaba si la señora María me excomulgaba después de que la despertara a las doce de la noche, pero Lucas y yo teníamos que hablar.  

—¡Lucas! —grité desde el portal, las cortinas cubrían el interior de la casa, pero sabía que estaba despierto.  

—¿Nina? —lo escuché decir desde la ventana—. ¿Qué haces aquí? Es media noche, mi madre te va a matar.  

Yo te voy a matar a ti ¿Cómo se te ocurre? —grité histérica. 

Un momento Lucas estaba arriba y unos segundos después estaba frente a mí, en piyamas. Mis ojos se desviaron hasta la manera en que la franela le colgaba de los hombros ¿Siempre habían sido así de anchos? Y sus ojos, o el cabello ¡No! Me reprendí a mí misma.  

—Nina, vamos, entra —dijo y el toque de su mano contra mi brazo, trajo fuego sobre mi piel. Me aparté como si me hubiese tocado con una hornilla caliente, pero obedecí—. A ver ¿Qué se supone que hice? 

—Tú… —intenté decir, pero se me secó la boca por el bochorno—. Tú me hiciste un amarre.  

Lucas, que estaba caminando hacia la sala se detuvo en seco, se giró para mirarme con una expresión aterrorizada. El rubor le subió del cuello a las orejas en cuestión de segundos y antes de decir nada se dio la vuelta y continuó por su camino.  

—¿Me lo vas a negar? —insistí mientras lo seguía. Lucas parecía querer poner espacio entre los dos, pero los temblores por estar más cerca de él se hacían cada vez más fuerte.  

—¡Por supuesto que te lo voy a negar! Nina ¿Un amarre? ¿Para qué necesitaría yo hacerte un amarre? —y por segundos le creía hasta que al final de la última pregunta soltó la misma risita tonta que yo soltaba cuando Marek me decía que estaba bonita ese día. Ya no más, supongo.    

—Un amarre, un embrujo, como sea. Como prefieras llamarlo, yo solo sé que hace dos horas estaba enamoradísima de Marek y que hoy me ha besado y se ha sentido como besar una roca.  

—¿Marek te besó? —su voz era ahora grava siendo arrastrada por la arena y las mariposas en mi estómago echaron a bolar. ¡No! 

Yo quería que me besara, quería esa cita con él, quería algo con él ¿Qué me hiciste, Lucas? 

—¿Por qué asumes que fui yo? 

—¡Porque ahora pienso en ti de esa manera! —grité molesta, hubiese empezado a arrojarle cosas si no fuera porque su madre se despertaría muy disgustada por la pérdida de su colección de figurillas. 

Al otro lado de la sala, Lucas se había convertido en una estatua de sal. Ojos cafés bien abiertos, espalda recta, no se escuchaba ni su respiración ni la mía. Pensé que nos quedaríamos así hasta que saliese el sol cuando más allá del pasillo se escuchó un repicar de ollas y juntos nos giramos para ver en dirección a la cocina. La señora María había asomado la cabeza por la puerta y nos miraba como un perro callejero que ha sido sorprendido robando de la basura. 

—Mamá ¡Mamá! —dijo Lucas en cuanto la señora María desapareció de nuestro campo de visión. 

Con largas zancadas ¿Sus piernas siempre habían sido así de largas? Se acercó a la cocina y la que en nuestra infancia había sido una mujer intimidante ahora no era más que una mujer pequeña que no sabía dónde meterse.  

—¡Mamá! ¿Fuiste tú? 

—No sé de qué me hablas, Lucas Antonio —replicó ella al tiempo en que tomaba una olla y la llenaba de agua del grifo.  

—Nos escuchaste, sabes de lo que estamos hablando ¿Qué fue lo que hiciste? 

—¿Por qué tuve que haber hecho algo?  

—Pues no fui yo y nadie más sabía… —dijo, pero se detuvo para aclararse la garganta—. Nadie más sabía de lo de Nina.  

—Medio mundo sabía de lo de Nina —resopló la mujer, dejó la olla sobre la estufa y fue a la alacena por café.  

—Yo no sabía —me defendí. La señora María se detuvo con una cuchara en la mano y me miró como si fuese estúpida.  

—Mamá ¿Qué hiciste? —insistió él y después de unos segundos en los que la mujer dejó caer varias cucharadas de café en el agua, suspiró.  

—No fue nada grave, no sé por qué está reaccionando de esta manera.    

—¿De qué manera se supone que tengo que reaccionar? —grité desde el otro lado de la cocina, di media zancada hacia ella, pero Lucas me detuvo agarrándome por los hombros.  

—¿Qué fue lo que hiciste y cómo lo arreglamos? 

—¿Para qué lo quieres arreglar? Lo único que hacías todo el día era hablar de Nina, suspirar por Nina, pensar en Nina. Lo solucioné, ahora Nina piensa en ti de la misma manera ¿No es así? —dijo ella y siguió batiendo el café como si nada.  

—¡No por voluntad propia! —volví a gritar.  

La verdad es que incluso antes del encantamiento, era consciente de que Lucas era la mejor opción. ¿Dónde iba a encontrar a alguien que me conociese mejor? Incluso si Marek y yo hubiésemos funcionado, había cosas de mí, facetas que solo Lucas conocía y que no quería replicar con nadie más. Tal vez porque ya no era la misma persona, tal vez porque no quería que Marek me viese de esa manera. ¿Pero verlo esta manera?  

—Tiene que repararlo —dije.  

—No, cuando seas madre lo entenderás —la mujer me miró desde el otro lado de la habitación, ceño fruncido, labrios apretados y determinación en los ojos—. Tú y mi Lucas tendrán hijos tan lindos.  

—No te voy a dar nietos de esa manera ¿Te volviste loca? 

—No le hables así a tu madre.  

—Señora María, si no lo arregla me aseguraré de que todo el barrio sepa lo que hizo, no sé usted, pero yo me cuidaría de la lengua de esta gente —dije y Lucas se volteó a mirarme como si no pudiese creer lo que había dicho—. ¿Qué? 

—Estos niños malagradecidos —la escuché murmurar, chocó la cuchara contra el borde de la olla y suspiró—. No le hice ningún amarre ¿Ok? Solo, le di un empujoncito a lo que ya estaba allí —explicó y se movió de su lugar en dirección a la puerta trasera.  

—¿Qué significa eso? —preguntó Lucas, pero no hubo respuesta hasta que la señora María regresó a la cocina con una maceta de suculenta pequeña y llena solo con tierra—. ¿Qué es eso? 

—¿Seguro que quieren deshacer el hechizo? —preguntó ignorando las palabras de su hijo.  

—Sí —dije y me zafé del agarre de Lucas.  

—Muy bien, pero que sepan que no hay marcha atrás —abrió una gaveta, sacó un martillo para ablandar carne y después de dejar la maceta sobre el mesón con la base para arriba le dio un golpe hasta destrozar la estructura de arcilla —Listo, ahí tienes —retiró los pedazos uno por uno y tomó un anillo del interior de la tierra.  

—¿Qué es esto? —pregunté recibiendo el objeto entre mis manos.  

—Una alianza —dijo—. Une a los amantes y aleja las malas compañías. Ahora ¿Quién quiere café? 

*** 

La señora María se retiró a su pieza después de servirnos el café, era tarde y no debíamos estar tomándolo a esa hora, pero tanto Lucas como yo lo necesitábamos.   El embrujo estaba roto, pero al recordar las manos de Marek sobre mi espalda, los escalofríos regresaban. Por encima de la tacita de café, le eché una mirada al hombre que tenía frente a mí y las mariposas regresaron con la misma fuerza de antes. La atracción no se había ido, pero si la mamá de Lucas estaba en lo cierto no debería haber razón por la cual pasase, no era un amarre, no era un enamoramiento forzado. El embrujo unía a aquellos que debían estar juntos y separaba a aquellos que solo traerían dolor el uno por el otro.  

—¿Cómo te sientes? —preguntó.  

—No muy diferente —admití y le di otro sorbo a la bebida.  

—Oh… —dijo—. ¿Entonces…? 

—Deberías invitarme a una cita —lo interrumpí y el me miró sorprendido—. Es lo mínimo después de todo esto.  

—¿Quieres ir a una cita conmigo? —preguntó después de varios segundos de incómodo silencio.  

—Pensé que nunca lo preguntarías.  

Mérida

“No hallarás otra tierra ni otro mar.
La ciudad irá en ti siempre. Volverás
a las mismas calles. Y en los mismos suburbios llegará tu vejez;
en la misma casa encanecerás.
Pues la ciudad es siempre la misma. Otra no busques -no la hay-”.
C.P. Cavafy

Llegué dieciocho horas después de haber partido de mi pueblo natal. Un lugar que ya olvidé y cuyas casas ya nadie vive. Lo que queda de él son escombros que mi padre va a regar cada tanto tiempo, tumbas de mascotas cuyas vidas fueron buenas y largas, pero no lo suficiente. El camino fue extenso, empinado y curvo. Rodeado por altas paredes rocosas bañadas por el sol del amanecer, bordeado por ríos y gigantes formaciones de piedra, como patas de dinosaurios. La carretera era una vía ancha, que atraviesa muros de montañas, diminutos pueblos andinos, puesticos de carretera llenos de fruta, carbón y dulces que pueden o no convertirse en pisa papeles. Si me preguntaran de dónde soy respondería que de allí, porque antes de esas dieciocho horas de viaje yo no existía. Nací el día en que el autobús recorrió por primera las avenidas principales, el interminable camino que lleva al páramo, a Gavidia y a los bosques de pinos.

Hoy en día mi tierra es otra, pero todos mis hogares se han parecido a aquel, el olor en los armarios, la niebla que rememora sobre los edificios unas montañas ya inexistentes, los colores de la primavera, las florecitas amarillas resucitando en septiembre. Cierro los ojos y las calles que ahora son mis calles, me teletransportan a los días de lluvia en una ciudad sin temporadas. A un abril lleno de araguaneyes y a un octubre de árboles rosáceos. Cada calle que visito, cada casa que me encuentro en el camino, cada café al que entro, es la copia de algún lugar en el que fui feliz. Tampoco he conocido a nadie nuevo, sigo encontrándome con la copia de aquellos a quien quise y a quien quiero. Sin embargo, en mis sueños todavía recorro sus avenidas, mi vida es la misma, mis amigos siguen allá, mi ciudad sigue siendo mi hogar. Las personas que he querido siguen siendo ellas, inocentes e intactas.

Si tengo suerte un día de estos despertaré una mañana y mi vida seguirá en su lugar, dejaré de ser un turista entre las calles que llamé como las tuyas para poder sobrevivir a la nostalgia.

Un día habré vuelto a Mérida.

I could tell you I love you 

Life feels different from the memory point of view, as if a melancholic paper

film could cover up the things you didn’t give to me, as if I say this in another

language the love that wasn’t love would magically turn out to be something it

was not.  

Like this, the songs I listen to have your name.  

Like this, the pictures I still keep feel like morning love.  

Like this, the words I never said are not stuck in my throat.  

And the pain you caused isn’t a loveless lost.  

With this words, three years are a whole life.  

With this mouth that is not my own, three years feel like forever.  

In a good way, in a true love kind of way.  

Even if there is no way I could ever say I love you in my own tongue.  

In this language I can remember your arms around my waist. 

Lonely nights are no longer sophomore lost,  

And mourning love looks like sorrow remembering.  

Like it never happened to me,  

and the loss of never love was a somebody else thing.  

But even with this sounds that are not actually mine, 

(Not from my lips,  

Not from the salty taste of my tears). 

I could tell you I love you.  

And deal with the fact that there is no language you would say it to me. 

Amore

Palabra sin hogar,
Amor que no es amor,
¿Sería mi nombre más dulce si me llamases por el tuyo?


Si la vida fuese lo que no es,
Y cuando me dijeses no me llames Cielo
Yo tuviese el amore en la punta de la lengua


Palabra que no es amor.
Pero tal vez lo más próximo a ello.
Hogar que no es amor.
Amor que no es hogar.


Eres mía, dices
Soy tuya, digo.
Pero ambos sabemos que aquí no hay título de propiedad.


Eres mío, digo.
Pero aquí el amor no es amor.
Es lo más parecido.
Casi amor.
No amor.
Pero casi amor.

Buenos Aires

Más allá del ventanal que da al sur, en la parte más desolada del edificio, los colores que nacen en la provincia se comienzan a distinguir una vez el sol se pone. Cada desolado tejado, con sus plantas descuidadas y viejos objetos olvidados, se enciende en un arcoíris nostálgico y melancólico. Las calles, congestionadas por fugaces transeúntes, son ahora un remolino de detalles que tal vez, o tal vez no, te lleven a aquello que perdiste o creíste olvidado: Un callejón de piedra, las hojas que caen en otoño, el olor de la lluvia en invierno. Buenos Aires son todas las ciudades que has visto en una sola, son todas las personas que alguna vez conociste repitiéndose una y otra vez, como si fuese poblada por fantasmas. Es redescubrir avenidas mientras te aferras a un sentimiento de añoranza, porque nunca olvidarás lo que sentiste cuando las luces de los teatros te bañaron por primera vez por allá en mayo.

Buenos Aires te hace sentir solo, abandonado en una multitud de gente, y al mismo tiempo embriagado entre bombillas de colores como si fuese navidad en agosto. El frío se te mete debajo de la ropa y el calor te sofoca y te ahoga en los días de verano. La ciudad se convierte en una marea morada de Jacarandás en primavera, y en un mar de hojas en otoño. Buenos Aires se parece a lo que te contaron que sería Paris, Barcelona, Nueva York, Ámsterdam, pero no es como ninguna. Aquí, en cambio, encuentras un murmullo de Caracas, Valencia, Maracaibo, Mérida. Un día, una noche, vas caminando entre callecitas olvidadas y sientes como si estuvieses devuelta en lugares muy lejanos, que ya ni siquiera son lo que tú recuerdas. Esta ciudad es un instante congelado en el tiempo, un batir de pestañas que te devuelve de un tirón a un lugar que creías ya muerto, pero que está ahora fosilizado en una esquina solitaria.

En Buenos Aires caben todos los lugares que alguna vez conociste, todos los amores que perdiste, todos los recuerdo que olvidaste. Aquí es donde mueren y resucitan las cosas, donde más solo y acompañado te sientes, donde la vida es buena para algunos y terrible para otros. Aquí es donde navidad es caliente y julio es helado, donde se hablan cientos de idiomas al mismo tiempo, donde los corazones rotos se enmiendan y se vuelven a quebrar una y otra vez.

Aquí es Buenos Aires.

Amapolas en Noviembre

En mi jardín han florecido amapolas.
Pequeñas florecitas amarillas
Enredaderas de despechos, fértiles y crudas penas de crisol.

Las he cultivado en silencio,
En el tiempo que separa mi cumpleaños del tuyo.
Veinte días de otoño primaveral.

Mis amapolas tienen el sabor de tus besos,
Un día a cenizas, vidrio roto y cianuro.
Otros, a flores, frutillas e incienso.

Y mi memoria, que es ahora completamente tuya,
Está llena de instantáneas,
Fotografías fragmentadas.

El recuerdo de tu risa,
Cabello rebelde que ya debe ser cortado,
Y las pestañas que todavía no nos han concedido deseos.

Pero también,
El recuerdo de mis lágrimas,
Y tus muecas de duelo, pena y aflicción.

Nunca más

Despegó el avión 

Y no supe si te fuiste ese día o si lo haces hoy 

Si lloraste entonces  

O si ahora lo hago yo.  

Aterrizaste en tierras desconocidas 

Con un mundo que en tres maletas se convirtió  

Como refugiada de guerra 

Con bandera pero sin dirección.  

Sabiendo que nunca más esta tierra sería la tuya 

Ni este país tu nación 

Pensando “me voy lejos” 

Pensando… de esto no hay salvación. 

Y ahora… 

Que otras calles son tu vida 

Y esta ceniza es la mía 

Supongo que es hora de decir adiós.